Bilbao en 48 horas

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Bilbao no es Nueva York, por mucho Guggenheim que tenga. La capital de Vizcaya se deja exprimir sin prisas, paseando junto a la ría del Nervión, callejeando por el casco viejo, saboreándola pincho a pincho. No sufran por entretenerse en los bares o por leerse el periódico entero frente a la taza del café ya vacía. Es lo suyo, disfruten.

De no ser por los arquitectos que en los 90 relanzaron una ciudad varada en la decadencia industrial –además de Frank Gehry, Norman Foster, Isozaki o Calatrava– podría decirse que en Bilbao no hay nada en particular que ver, salvo pasar la vida. Algo ideal para unas vacaciones que sin embargo contraviene el dogma del turismo actual según el cual no vale la pena visitar ningún lugar que no consuma las energías y las suelas.

De ahí el llamado “efecto Bilbao”, esa conjura arquitectónica con el Guggenheim como imán para atraer visitas. Un tema tan interesante que mejor dejarlo para otro día. Hoy esta guía para recorrer la ciudad en 48 horas, con paradas incluidas para tomar chacolís y zampar gildas. Pueden saltarse los pasos que quieran, cambiarles el orden o invertirlos, tipo Rayuela.

PRIMER DÍA

10:00 horas: Teatro Arriaga

Partimos de aquí porque nuestro hotel, el Petit Palace Arana, está enfrente. Un tres estrellas, por cierto, con una razonable relación calidad-precio y el desayuno incluído. Admiren la fachada barroca del teatro, que se interpone entre el casco viejo de Bilbao y la ría. Nosotros nos limitamos a eso, pero si tienen tiempo pueden entrar y hasta ver alguna obra de teatro (estaba en cartel la muy recomendable El florido pensil). Para más datos de quién era el tal Arriaga, este artículo. Por lo visto no lo tienen claro ni los propios bilbaínos, aunque fue un compositor tan precoz y sublime que le apodaron el Mozart vasco. Un asco, la vida.

10:30: paseo por la ría del Nervión

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A primera hora de la mañana comprobarán qué deportistas son los vascos, que le dan al remo, la bici y al running por la zona. Bordear la ría sirve para llevarse una primera impresión de la ciudad que se fundó a finales del siglo XIII como centro portuario.

11:00 horas: puente de Calatrava

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Es visitar cualquier ciudad y pensar cómo Calatrava nos ha podido fallar así de no encontrar un puente suyo. El de Bilbao o Zubizuri ha dado mucho de qué hablar más que por su diseño -los barceloneses pueden hacerse una idea yendo a Bac de Roda- por dos simpáticos episodios asociados. En primer lugar, el suelo es de cristal, lo cual no resulta muy práctico con tanta lluvia. Para acabar con los resbalones, decidieron alfombrarlo. En segundo, el ayuntamiento creó también un acceso al nivel superior de uno de los lados de la ría, donde están las torres Isozaki, al que no llegaba la obra original. Incorporó al puente una pasarela de color negro. Calatrava demandó al consistorio por “daños morales” y “mutilar su obra” y reclamó tres millones de euros. Los tribunales le dieron la razón, pero consideraron que 30.000 euros eran suficientes. A su favor, cabe decir que el artista los donó a una asociación benéfica. En su contra, que también tuvo la ocurrencia de crear una sala de espera en el aeropuerto de Bilbao sin cubierta, que obligaba a los pasajeros a aguardar a la intemperie los vuelos. Para más detalles de la lucha contra los elementos de Calatrava, existía la web calatravatelaclava.com, cerrada por orden judicial y ahora perfil de Facebook. Si no, Calatrava no nos calla.

11:30 horas: museo Guggenheim

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El emblema del Bilbao de la nueva era. Es un edificio tan estrambótico como digno de admirar y vale la pena entretenerse repasando sus formas sinuosas y ese brillo metálico que le da su recubrimiento de piedra caliza, planchas de titanio y cristal. La puerta del museo está custodiada por Puppy, un perro de doce metros de altura recubierto de flores. Pagar los trece euros que vale la entrada general ya es una decisión personal, no se trata de una colección de primer orden. Yo me la ahorré gracias al carnet de periodista y entrar me valió el descubrimiento del pintor Anselm Kiefer, que me entusiasmó, o las formas escultóricas de Richard Serra. Sólo por ellos dos, y por admirar los interiores del edificio de Frank Gehry, creo que vale la pena.

14:00 horas: comer en el mercado de la Ribera

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Tras la mañana cultural, desandamos el camino para comer en el mercado de la Ribera, que se encuentra al lado de la ría y próximo a la iglesia de San Antón. Vale la pena darse una vuelta por las paradas, donde pueden encontrarse alimentos típicos de los caseríos.  Pero nos dirigimos allí a propósito de los puestos de pinchos, donde se come de lujo a un módico precio. A destacar el de pulpo con parmentier de patata de Casa Loren, que también apuesta por las empanadas.

18:00 horas: el casco viejo y las sietes calles

Es el corazón del viejo Bilbao y conviene recorrerlo sin prisas. Sus calles, peatonales y llenas de bares y comercios, se inundaron en 1983 y se aprovechó la ocasión para rehabilitarlas.  En esta zona se concentran los monumentos más antiguos de la ciudad, como la catedral de Santiago. También está la Plaza Nueva, con una enorme oferta gastronómica bajo sus arcos.

20:00 horas: poteo por las siete calles

Poteo de potear, es decir, recorrer el casco viejo de bar en bar tomando vinos y pinchos, es tan típico como ineludible. Ningún consejo en concreto, más que resignen a la multitud si es fin de semana y que no dejen de probar el chacolí, el vino más típico de Bilbao. Una buena experiencia asegurada.

DÍA 2

10:00 horas: vista aérea de Bilbao gracias al funicular de Artxanda

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El Bilbao imprescindible ya está visto, así que si el día amanece despejado qué mejor que regalarse una vista panorámica de Bilbao. El funicular es baratísimo -95 céntimos, en la línea de todo el transporte público aquí-  y en menos de tres minutos remonta el barrio de Arangoiti hasta encaramarse al pico del monte Artxanda. Allí se pueden dar paseos y hacer picnics.

12:00 horas: paseo por Abando, el ensanche bilbaíno

Este barrio, que se articula en torno a la Gran Vía de Don Diego López de Haro, bien se merece un paseo tranquilo. Si hay que hacer compras, es el lugar, ya que abundan todo tipo de comercios. Además se puede ir en metro y de paso admirar el diseño, que corrió a cuenta de Norman Foster. Para el arquitecto supuso, en sus propias palabras, “una experiencia casi religiosa”. Localizaréis las bocas del metro por su característica forma de gusano de cristal.

14:00 horas: comer en una sidrería

Yo en realidad fui a cenar, pero les ahorraré el empacho que me supuso calzarme un chuletón de buey, choricitos a la sidra, morcilla y tortilla de bacalao a las nueve de la noche. Eso más queso Idiazabal con membrillo y barra libre de sidra. Se trata del menú de la sidrería Galtzagorri Sagardotegia, el típico de estos establecimientos.Aprendan de mis errores y vayan por el mediodía. Ir de allí al centro andando lleva un rato, pero así de paso bajan la comida.

18:00 horas: centro cultural Azkuna

Estrenó su nombre actual el pasado marzo y abrió sus puertas cinco años antes, como Alhóndiga Bilbao. De hecho, la ciudad transformó su antigua alhóndiga -casa pública donde se vendía trigo- en un centro cultural que acoge exposiciones, festivales, cine, restaurantes y hasta un gimnasio. Yo me entretuve leyendo revistas en su mediateca, que es como un sueño. El ultramoderno aspecto del complejo es obra del arquitecto Philippe Starck, que proyectó la planta baja como un enorme escenario con 43 columnas, cada una diferente entre sí, que sostienen los tres edificios que lo componen. Según él, representan los pilares en que se sustentan las distintas culturas del mundo.

21:00 horas: bingo travesti en el restaurante Zubiburu

Esta monada de terraza próxima al puente de San Antón sirve durante el día suntuosas croquetas, pollos asados a la perfección y generosos boles de ensalada. Los domingos por la noche ha solucionado la falta de marcha en la villa de Bilbao montando un bingo travesti que oficia Yogurina o alguna de sus secuaces. Todo un evento que vale la pena no perderse, aunque mejor reservar mesa en caso de querer sentarse. No saldrás con más dinero –los premios son CDs o menús del Zubiburu- pero las risas están garantizadas. El restaurante está en la calle Urazurrutia, número 2.

 

 

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