La primera vez que probé la cocina japonesa tenía casi 25 años. Era el año 2004, aún vivía con mis padres y ponía a prueba el corto alcance de mi poder adquisitivo, acabado de estrenar. El mundo parecía si no un lugar mejor, sí más pequeño, y eso se reflejaba en la oferta gastronómica de Barcelona, que no tardaría en sucumbir a la fiebre amarilla que puso todos los bares en manos de chinos y llenó de japoneses la ciudad.

En aquella época trabajaba en Sants y mi novio estaba de alquiler en el barrio. Al despertar en su casa y querer desayunar, tampoco pedía mucho, una relaxing cup de café con leche, te encontrabas con que el tío no tenía café, tampoco leche y, qué demonios, ni siquiera cup. Así que si lo que querías era relajarte mejor bajabas al bar de abajo, donde además te dejaban el periódico. Si aspirabas a comer o a cenar, pues lo mismo, con lo cual acabamos con un conocimiento exhaustivo de los restaurantes de la zona. Mi primer japonés estaba en la calle Galileo, como para augurar un gran descubrimiento. Se llamaba –espero que se llame, hace tiempo que no voy– Shimanto. Su encantadora dueña me enseñó como comer con palillos, que yo solo había utilizado hasta entonces para hacerme moños, la diferencia entre el sushi y el sashimi y qué hacer con el wasabi y la salsa de soja. Por si fuera poco, cada vez que llegaba sola me ponía el ¡Hola! encima de la mesa. La adoraba: allí empezó mi idilio con la cocina de su país.

Desde entonces consumir comida japonesa ha sido lo único que he hecho por encima de mis posibilidades, al menos una vez por semana. He frecuentado restaurantes y take aways de todo pelaje. Y he constatado, no hace falta ser muy observador, que la cocina japonesa en Barcelona con frecuencia pivota sobre el sushi –quién dice sushi dice makis, sashimis y demás variedades de pescado crudo–, cuando en realidad los japoneses lo reservan para ocasiones especiales. Es lógico, pasa en todas partes, pero reduce de forma drástica la visión de esta gastronomía insular.

Por eso quiero compartir este hallazgo. El restaurante Río, un japonés estupendo muy cerca de Diagonal con Paseo de Gracia, con unos precios más que razonables y cuya carta cede el protagonismo a otras especialidades: el establecimiento se ha especializado en el teppan o plancha japonesa, con lo cual uno puede entretenerse viendo cómo cocinan mientras espera la comida.

Entre los platos que ofrece destaca el okonomiyaki, una masa que por la variedad de ingredientes que admite –okonomi significa ‘al gusto’ y yaki ‘cocinado a la plancha’– es conocida como la pizza japonesa, aunque su textura se asemeje más a la de un crêpe y el sabor no aguante la comparación. El okonomiyaki es muy popular en todo el país pero sobre todo en el oeste, en ciudades como Hiroshima y Osaka. En el restaurante Río yo probé el cocinado al estilo de Hiroshima, que se caracteriza porque se corona con fideos yakisoba. Los ingredientes eran además col, cerdo, huevo y brotes de soja.

Se trata de un plato contundente: mejor compartir y combinarlo con otras especialidades más ligeras. En Río ofrecen una propuesta de tapas. Muy recomendable el Yaki Onigiri, bolitas de arroz envueltas en alga nori.

Nosotros optamos por completar el menú con un platito de edamame –vainas verdes de soja, que parecen judías-, un niku maki (maki de ternera) y champiñones rellenos (de jamón): muy japoneses no los vi, pero me gustaron y ahora los cocino en casa. Eso y dos cervezas nos costó menos de 40 euros.

El único inconveniente del local es que es muy pequeño (no tiene más de seis mesas): mejor reservar o de lo contrario ir entre semana, con algo de tiempo por si hay que esperar. La plancha también caldea el ambiente, así que resulta más acogedor en invierno.

Restaurante Rio

C/ Minerva, 6

08006 Barcelona