Galletas de Inca

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De los hallazgos gastronómicos de Baleares ninguno me ha deslumbrado más que las galletas de Inca. Será porque las descubrí con catorce años o porque las impresiones más potentes a menudo responden a estímulos sencillos. El caso es que me pasé aquel primer verano en Mallorca, no tenía por qué haber otro, royendo estas galletas a la hora de desayuno o partiéndolas con los incisivos en dos mitades perfectas para engullirlas untadas de sobrasada. Porque las galletas de Inca –harina, agua y aceite– tienen algo primitivo que cautiva, como aquellos bastones que los panaderos de antes regalaban a los niños.

No son cuquis, no vienen envueltas en papel de celofán: al fin y al cabo se inventaron para alimentar a los marinos en las travesías oceánicas que había que afrontar con víveres que no caducasen. El uso de galletas de este tipo por parte de las compañías de navegación está documentado desde el siglo XVIII, en especial en libros ingleses. En el XIX ya las producía un horno de Inca, Can Guixe, que todavía sigue en pie. Así lo explica en su web Quely, la empresa que hoy tiene prácticamente el monopolio –hasta el punto que se las conoce como quelitas- y que comenzó a fabricarlas  de manera industrial en los 50. Después de un intento fallido de registrar la marca Cor de Mallorca, se inspiraron en la actriz Grace Kelly, quién sabe si con la esperanza de dar glamur al producto.

Glamuroso o no, hay pocas cosas más mallorquinas que las quelitas, salvo la Balanguera –curiosamente así se llama la calle donde está la fábrica, además del himno oficial de Mallorca–o Rafa Nadal, que por cierto las anuncia. Ya no hay que esperar a pisar suelo mallorquín para proveerse de estas galletas, que se exportan hasta la China y se venden por Internet, pero hay buenos motivos para hacerlas en casa. Son fáciles de cocinar, alegran el día a día y admiten ciertas posibilidades de tuneo, como usar harina integral o añadirles sésamo, pipas u otras semillas que nos gusten. Para empezar, yo no cometería sacrilegios y me ceñiría a la receta clásica.

Ingredientes

* Un vaso pequeño de aceite de oliva suave (200 g)

* Un vaso pequeño de agua (200 g)

* Harina, la que tome (unos 550 g)

* 30 g de levadura de panadería o fresca

* Una pizca de sal

Preparación

1. Calentar el agua en el microondas hasta que esté tibia y disolver en ella la levadura y la sal.

2. Poner el agua en un bol y mezclar con el vaso de aceite

3. Añadir harina mientras se remueve con una cuchara de madera hasta que tenga consistencia de masa. Acabar de trabajarla con las manos. Se trata de que quede una masa correosa pero que no se rompa al estirarla

4. Colocar la masa de nuevo en el bol y cubrirlo con papel film. Dejarla reposar para que aumente de volumen. Entretanto, precalentar el horno a 180º

5. Extender la masa sobre un mármol enharinado con la ayuda de un rodillo, sin que quede muy fina (entre medio y un centímetro)

6. Cortar la masa en círculos con un molde apropiado (en su defecto, yo utilicé un vaso de chupito). Marcar las galletas lo más juntas posible para no desperdiciar masa. En cualquier caso, se puede juntar de nuevo lo que sobre de masa, extenderla y repetir la operación

7. Forrar la bandeja del horno con papel antiadherente y colocar sobre ella las galletas. Marcar cada una de ellas con un tenedor

8. Hornear a temperatura media hasta que queden doraditas (unos 30 minutos)

Consejos prácticos

* Duran meses si se conservan en un envase cerrado

* Además de con sobrasada, pueden comerse con queso mahonés y en general, para acompañar embutidos o tapas.

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