Comer como un ministro: Casa Manolo

congresoÉrase una vez un tiempo remoto en que la información se conseguía hablando con quien la tuviese. Pues como ahora, diréis, como siempre, y habrá que dar la razón al cachondo que sin duda la tiene y se nota que no es periodista o hace tiempo que no ejerce. Se intenta, queridos, se intenta, pero entre informar al minuto, tuitear todo lo que se te ocurra y sobrevivir al último ERE la conversación se resiente. Quien más quien menos se ha visto obligado –por las circunstancias sobre todo– a hacer composiciones de lugares que no ha pisado y a escribir sobre gentes que acaba de oír por la tele. Las opiniones ganan en contundencia con este método: con un poco de suerte ni siquiera tendrás que ver la cara que a los aludidos se les quede. Sucede que luego vas y atiendes y tu percepción se transforma y tu pundonor crece.

Antes de que el periodismo se virtualizase existía la virtud de ir a buscar, a menudo en un sentido físico, a quien pudiera contarte. Muchas veces lo encontrabas en un bar, tratándose de España. Para trasegar información se trasegaba en general y, lo que empezó como un deber profesional, alcanzó cotas dipsómanas. Algunos corrieron tras botellas de whisky tanto o más que delante de los grises. El periodismo del pasado no siempre fue mejor, por mucho que se enrollen: era impreciso y con un radio de acción menor. Pero también tenía una visión más pegada a la realidad, es decir, más ajustada.

croquetasEn este contexto, bares como Casa Manolo, a cincuenta metros de la verja trasera del Congreso, han sido tan importantes como el Congreso en sí mismo para los periodistas parlamentarios. Deberían seguir siéndolo, por el bien de todos: acodados en su barra de mármol han repostado diputados y hasta presidentes. Qué menos que abordarlos, para tratar de averiguar lo que saben pero no van a decir bajo los focos del hemiciclo ni vía Twitter.

Lo suyo es dejarse caer y pedirse un vino y unas croquetas mientras esperas. Periodistas y políticos se interceptan mutuamente en un ambiente distendido en apariencia, aunque luego unos y otros controlen lo que se mueve en la sala sin necesidad de girarse gracias a los espejos que cuelgan de la pared del fondo.

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Casa Manolo es en esencia su barra –hay pocas mesas–, su luz ambarina y una caja registradora de otra época, como la taberna en sí misma. El gallego Manuel Seijo la adquirió en 1929 y la tercera generación la regenta en la actualidad, fieles a aquel consejo del abuelo de ser “sordos profesionales”. La carta, como la decoración, se mantiene fiel al Madrid castizo: callos, carrilladas al vino tinto y lengua estofada entre las especialidades, además de las croquetas.

Los días más bulliciosos son martes, miércoles y jueves, los de mayor actividad parlamentaria. Política aparte, si tal cosa es posible en Casa Manolo, también está próximo al Teatro de la Zarzuela, por lo que los amantes de la música van a tomarse algo. Cuentan que una vez Plácido Domingo, que cenaba allí antes de la función, invitó a una ronda de jamón y champán a la concurrencia que hacía tiempo para ir a verlo. “De parte de Plácido Domingo”, les hizo saber un camarero que ya no se inmuta ante ningún cliente.

P.D. Gracias a Ferran, un periodista de los de siempre al que conocen por su nombre en Casa Manolo, por llevarnos.

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Casa Manolo

Calle de Jovellanos 7 (Madrid)

Tlf 915 21 45 16

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