En busca de la paella perfecta: Can Suñé, en Caldetes

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Las chicas de mi edad hace tiempo que huimos de la Barceloneta cuando queremos disfrutar de una paella en condiciones. Los rubios sin camiseta nos han echado, quien nos lo iba a decir a nosotras, que hace no tanto hubiésemos acudido al reclamo. Pero ahora queremos comer, comer, comer, en vez de tener que desgañitarnos estirando la cabeza por encima de un arroz pasado. Más de una mala experiencia en el antiguo barrio pescador de Barcelona me ha llevado este verano a ampliar horizontes. En busca de la paella perfecta, o por lo menos decente, he vuelto a los orígenes, es decir, al Maresme.

Una comarca que me encanta visitar. A medio camino entre el furor guiri de Barcelona y mucho más cerca que el Empordà, ofrece un sinfín de posibilidades gastronómicas y organiza hasta 50 jornadas anuales en base a los productos de litoral y huerta. En otoño es turno del calamar, como en la primavera lo fue del guisante. Además hay magníficos restaurantes donde, menú aparte, se respira tranquilidad, un bien cada vez más escaso.

Es el caso de Can Suñé, todo un clásico de Caldes d’Estrac abierto hace más de 30 años. Aunque no está lejos de la playa –sólo hay que cruzar andando la N-II por uno de esos túneles que pasan por debajo– no se trata de ningún chiringuito. La sala, de paredes acristaladas, es fresca y luminosa; los manteles, de hilo; y la clientela, domingueros aparte, evoca a aquella burguesía que solía veranear en Caldetes antes de mudarse en masa a Cadaqués o Begur.

Lo esencial: Can Suñé tiene unos arroces espléndidos, con el grano en su punto, el producto de calidad –muchos pescados y mariscos proceden de los cercanos puertos de Arenys, Palamós y Blanes– y sabrosos pero sin pasarse de sal. El día en que fuimos (éramos cuatro) optamos por una paella marinera más que correcta, pero sin embargo no tan reseñable como un arroz caldoso de cangrejo y chipirones que era para llorar. Pura sustancia, cada cucharada parecía deshacerse en la boca.

Compartimos entrantes, lo que más varía en la carta en función de la época del año. Como era verano, optamos por un surtido de tomates primorosamente etiquetados, sólo con aceite y sal. Había seis variedades, entre ellas Barbastro, monterosa y cherrys amarillo, lobello y crispino plum. Sólo para incondicionales del tomate, entre los que me encuentro: quienes no se pirren por ellos tal vez prefieran probar algo más elaborado. También pedimos croquetas y mejillones a la marinera, muy recomendables.

Surtido de tomates

Si ya se nos había ido la mano con los entrantes –las paellas son generosas– acabamos de rematar con los postres. Nos llevamos por delante casi toda la pastelería que hace la casa: una coca de Llavaneras con crema y cabello de ángel, un bikini de brioche y un par borrachos que parecían bambolearse en el plato, de tan tiernos. No me atrevería a juzgarlos a estas alturas de la comida, mis sentidos ya estaban demasiado embotados.

Acabamos la bacanal como corresponde, tumbados panza arriba en la playa y sin ganas de remojarnos hasta que pasase algo de tiempo. La carta de Can Suñé no se reduce a arroces o pescados, otras especialidades son los canelones (los hay de setas con calabacín) y las cocas de recapte (las pizzas catalanas, podríamos llamarles). Otras opciones apetecibles, ahora que se acerca el otoño.

En total, salimos a unos 40 euros por barba, con cafés y abundante vino. Alarguen la sobremesa lo que puedan hasta que deje de apretar el calor y vayan vestidos con decoro: es ese tipo de sitio.

P.D. Gracias a Silvia, Iván y Jaume: todo mejora en su compañía

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Can Suñé

Carrer del Callao, 4

08393 Caldes d’Estrac

Tlf 93 791 00 51

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