Vive la France II: Un paseo por el mercado

Mercado de Arlés

Mercado de Arlés

Solía vivir al lado de un mercado. Para llegar a casa había dos opciones: subir una cuesta rompepiernas o atravesarlo y acortar camino. Así que me pasé años y años cruzando un mercado una media de cuatro veces al día. Y tan a gusto, no me importaría seguir haciéndolo si no me hubiese independizado.

Cuando visité Arlés hace un par de semanas, no fue por el mercado. Nos pareció un buen sitio para dejar de conducir y pasar la noche. Tenía a Arlés presente por los cuadros de Van Gogh. Allí alquiló La Casa Amarilla, allí pintó por primera vez su habitación, allí vivió su plenitud artística y su declive, marcado por las tensiones con Gauguin y la famosa crisis en que se cortó una oreja. Allí encontró la “luz diferente” que buscaba y produjo algunas de sus obras más populares como Los GirasolesNoche Estrellada o Café de Noche, que yo creía parisino pero que resultó estar en la Place du Forum de Arlés. Impresionismo a parte, en esta ciudad hay un anfiteatro romano, todavía en activo. Vale la pena dejarse caer.

Amanecimos en sábado y por casualidad había mercado en Arlés. Fuimos a desayunar y a darnos una vuelta. Me temía un parque temático, un escaparate al aire libre de delicatessen para los turistas glotones que campan por la Provenza, que debemos ser legión. Mis recelos se disiparon al comprobar que los lugareños predominaban.

Pasear por un mercado es la mejor manera de descubrir qué productos se gastan en la zona. En Arlés abundaban los puestos de olivas, muy aderezadas con hierbas de la Provenza. Allí también podía adquirirse tapenade, un paté de aceitunas negras con aceite, alcaparras y anchoas, y otros dips vegetales como uno de tomate que me llevé a casa (me lo acabé en tres días) o la olivada, también tradicional de Cataluña. Las herbes de Provence, que abarcan desde el tomillo a la albahaca, el orégano, el romero o el estragón, merecían un mostrador entero para ellas solas.

olivas

hierbasNo podían faltar espectaculares paradas de quesos y embutidos autóctonos, para mi de las más tentadoras. Me contuve y sólo hice dos compras: un queso Saint Félicien, de leche cruda con algo de leche pasteurizada, y dos pequeños Brebis d’Or, de fabricación artesanal.

quesos embutidos

El apartado vegetal aportaba colorismo al mercado y no era muy diferente de lo que se puede encontrar en cualquier frutería de España fuera de pequeños detalles como que la remolacha ocupaba un lugar más preeminente. Por la época, había también puestos de bolets o setas, con camagrocs (trompetas amarillas), trompetas de la muerte y rovellons (níscalos), entre otros.

verduras setas

Más idiosincrasia francesa tenía la parada de foie y derivados del pato -conservas varias, con la presencia estrella de cuisses (muslos) de confit de carnard-, aquí más propios de tiendas gourmet. Este señor del sombrero las ofertaba.

foie

Hacía un día espléndido y acabamos el paseo comiéndonos un croissant y una tarta de melocotones en almíbar que compramos en uno de los puestos, acompañados de sendos cafés con leche en una terraza. El mercado de Arlés, tan vivo sin necesidad de convertirse en un muestrario de bares de tapas. Sólo porque la gente lo recorre. Su ejemplo nos da esperanza.

 

 

 

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