Saboreando la vieja Europa con Cunqueiro

'La cocina cristiana de occidente' Foto: Matilde Hervella

Foto: Matilde Hervella

“Los emperadores comieron mucho: comieron como emperadores. Comieron mucho cordero, mucho pichón, mucho corzo, mucho faisán, muchas truchas. Y fueron gotosos y diabéticos. ¡Que Dios los tenga en su gloria!”

 La cocina cristiana de Occidente. Álvaro Cunqueiro

En 1981, el año en que yo nací, moría Álvaro Cunqueiro como uno de esos emperadores suyos, hostigado por una diabetes que se le complicó con una insuficiencia renal. Si Ava Gardner se bebió la vida, Cunqueiro además se la comió y lo aprovechó para sus escritos. La cocina cristiana de Occidente es uno de sus principales libros gastronómicos, cuya lectura tengo que agradecerle a Silvia Cruz, flamante flamenca, que me lo regaló para mi cumpleaños.

Cunqueiro nos ofrece un paseo de 283 páginas por la historia de Europa a través de sus hallazgos culinarios. De los Stauffen alemanes, que sudaban en pleno invierno “con dos cuartas de nieve bajo los pies” porque rezumaban alcohol y no por su pretendida pureza de sangre; pasando por los irlandeses, que a falta de cocina nacional tenían “las grandes hambres celtas” como principal ingrediente. Y por Venecia, que enseñó a Europa a tomar café con la venia de Clemente VIII, quien resolvió que esa “bebida mahometana” era demasiado buena para que la disfrutasen sólo “los infieles”. Sin olvidar Francia, la eterna Francia: la cocina papal de Aviñón, el abuso de la bechamel en la Bretaña desde el siglo XVIII y por supuesto los vinos franceses, a los que consagra un capítulo.

Son historias pantagruélicas como la del propio Gargantúa, que se comió en ensalada a seis peregrinos que pasaron la noche en su huerto, “también él tocado de gigantismo”. En una España con hambre de postguerra, Cunqueiro recrea banquetes como la de aquel caballero de Siena que se zampaba “lenguas de faisán espolvoreadas con oro de Túnez y del puerco la oreja rellena de naranjas agrias, y no obstante exigía que le sirvieran el animal entero: como comía seis orejas, había que servirle tres cerdos a cada almuerzo”.

‘La familia de Pascual Duarte’ versus ‘La piedra bilicua’

Mientras sus contemporáneos se decantaban por el realismo social y producían tremendistas novelas como La Familia de Pascual Duarte -donde las orejas que se comían no eran las del cerdo, precisamente- Cunqueiro se alineaba con el realismo mágico. Abundan en este libro las fábulas como la de la piedra bilicua, una piedra mágica de los sabios de Egipto que, como era dulce, se la comió un mono al que ungió con el don de la elocuencia.

La figura de Cunqueiro ha quedado ensombrecida por esa falta de compromiso con la triste realidad del país y por su evolución ideológica: pasó de afiliarse al Partido Galeguista en 1931 a militar en la Falange durante la Guerra Civil, de la que saldría en 1943. Su oportuno cambio de bando le abrió el camino de una productiva carrera en prensa que le llevó en 1939 a establecerse en Madrid para trabajar como redactor del diario ABC.

Dejo aquí un interesante artículo de Suso del Toro al respecto, a quien presupongo más conocedor que yo de la vida y obra de quien también fue uno de los principales autores de las letras gallegas (dejó una obra bilingüe) y un excelente embajador de su localidad natal, Mondoñedo. El artículo está en gallego, así que si no hablan esta lengua hagan como yo cuando veía Son Goku en TVG los veranos de mi infancia en el Bierzo: afinar la oreja y un pequeño esfuerzo.

De su pasado falangista, Cunqueiro sólo deja rastro en este libro en el capítulo Neo-Roma constantinopolitana (para los amigos, Bizancio), que le dedica a Rafael Sánchez Mazas. Los más jóvenes le recordarán como el que se libraba del fusilamiento en Soldados de Salamina por gentileza del soldado republicano que bailaba bajo la lluvia con el fusil.

Por lo demás, La cocina cristiana de Occidente es un prodigio de sapiencia, no sólo gastronómica, que se lee bien pese a su prosa florida gracias a sus suculentas descripciones y buenas dosis de humor. Es mi primer libro de Cunqueiro, pero seguro que no será el último.

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