Cenar a lo Kill Bill: una despedida de película

Mujer embarazada recibe una paliza el día de su boda y entra en coma. Yace en un hospital durante cuatro años y de pronto despierta, sin barriga ni bebé. En vez de atiborrarse a orfidales como cabría esperar, se arrastra fuera de la cama en busca de una katana. Mucho se ha hablado de la violencia en las películas de Tarantino, poco de su gran aportación al feminismo. De lo que desvictimiza a las víctimas, en general: esos judíos que se revuelven, esos negros que se desencadenan y hacen saltar todo por los aires… La realidad suele ir por otros caminos, no tan adrenalínicos, pero durante dos horas de película resulta bonito de ver. Y divertido y espectacular.

Adoro a Tarantino, vamos. Por eso, para mi última noche en Tokio no tuve duda del plan: cenaríamos en el restaurante donde supuestamente se rodó aquella secuencia de Kill Bill: Volumen 1 que empieza con una colegiala perversa bajando las escaleras, maza de púas en mano, y acaba en blanco y negro para disimular la sangría de tanto yakuza destripado por Uma Thurman.

El restaurante, la Casa de las Hojas Azules en la ficción, se llama Gonpachi en la realidad y es una taberna japonesa o izakaya situada en el barrio de Roppongi. Aunque la zona tiene una merecida fama por su ambiente nocturno, Gonpachi está en una calle más bien tranquila y la quietud del jardín que lo rodea  contrasta con el bullicio del interior del local. Entre la clientela, predomina la gente joven y hay más occidentales de costumbre. A parte de por el gancho turístico de Kill Bill, en Roppongi y la vecina zona de Hiro se concentran un buen número de embajadas, con lo cuál abundan los extranjeros residentes.

Nada más cruzar el umbral te invade la euforia del mitómano. La luz tenue, la calidez de la madera… La atmósfera de Kill Bill es tan reconocible que se detectan rápido los cambios, como que el espacio central del restaurante, donde Uma se batía contra todos, lo ocupa en la realidad una cocina acristalada, rodeada por una barra japonesa. Y que las escaleras por donde bajaban los malos llevan en realidad al lavabo, muy concurrido ya que desde ese nivel se consiguen las mejores fotografías del lugar.

Cocina acristalada de Gonpachi

Cocina acristalada de Gonpachi

El ambiente es tabernario y los camareros se avisan a voz en grito de la llegada de nuevos clientes con una consigna que –según nos tradujeron ellos mismos– significa “¿no tenéis suficiente trabajo? Pues ahí va aún más”. No hay problema para encontrar mesa, ya que el restaurante es enorme para los estándares tokiotas y la rotación de clientes, continua. Los precios son superiores a los de una izakaya media, aunque no abusivos.

Nosotros nos partimos un menú de 4.500 yenes (unos 30 euros) en el que destacaban los kushikayi o pinchos de ternera y ventresca de atún, por la calidad de la materia prima y porque la barbacoa es la especialidad del restaurante. También me encantó la tempura de cangrejo y los fideos soba, por lo visto hechos a mano. A parte del menú, pedimos un bacalao en salsa de miso memorable.

La comida es más que correcta, aunque está claro que no constituye la clave del éxito de Gonpachi. Con “el restaurante de Kill Bill” como poderosa marca, se ha ido extendiendo no sólo a otros barrios de Tokio –hay también un Gonpachi en Odaiba y Shibuya–, sino también fuera de Japón con sucursales en Hong Kong  y Los Ángeles.

Lo mejor de todo es que, diga lo que diga la Lonely Planet, la secuencia del restaurante de Kill Bill no se rodó en Gonpachi sino en un estudio de Beijing. Los chinos reprodujeron la izakaya con la precisión que les caracteriza, eso sí. Yo lo descubrí más tarde, al documentarme para este post, pero aún así decidí escribirlo. Pagué el equívoco, pero el subidón de creérmelo por una noche valió la pena y se trata de un buen restaurante, al fin y al cabo. Perdón por el desengaño: la ilusión es la sal de la vida.

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Gonpachi

1-13-11 Nishi-Azabu, Minato

Tokio 106-0031, Japón

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