Seis sensaciones del primer año (I)

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En estos tiempos de precariedad y obsolescencia programada, durar un año con lo que sea se convierte en toda una hazaña. Maldito Estómago lo ha conseguido, sin faltar nunca a una cita semanal con sus lectores a la que siempre ha ido con ganas. Este es un post para congratularse por ello. Procuré hacerlo bonito y me salió sobre todo largo. Seis sensaciones en el primer aniversario: todas empiezan por ‘s’ de sorpresa. Por ahora, las tres primeras.

* Sólo ellas han respondido a la llamada.  Pedí en septiembre que me mandaréis fotos de los platos del blog que hubieseis hecho en casa. Ese era al fin y al cabo el objetivo fundacional de Maldito Estómago, compartir recetas y promover con el ejemplo que los amantes de la cocina no se comporten como un club masón, guardando con celo sus secretos y poniéndoselo difícil a los no iniciados. Suerte de las chicas, sin ellas este collage no hubiese existido. Ningún hombre me ha hecho llegar ni un mal intento de receta de lo cual se deduce que cocinan como los ángeles, siempre invitan a cenar o son tímidos.

Gracias en primer lugar a Vanessa Farré, la lectora soñada: no sólo nos ha mandado fotos durante todo el año sin pedirlas, tablet y sartén en mano, sino que ha propuesto temas y nos ha descubierto restaurantes. De su mano llegamos a El Práctic, cuya crítica se ha convertido (con 302 páginas vistas) en lo más visto del año. La Vane ha cocinado berenjenas rellenas, salmorejo de fresas y crujiente de higos intrépidos. También croquetas, una de las recetas más versionadas del año junto con el tortillón cinco estrellas de Carla.

Luego está mi hermana, lo cual no tiene mucho mérito. Ella se lo pasa pipa cuando cuento batallitas de mi infancia, como el bacalao en el nombre del padre, porque es también la suya. Aparte de las croquetas, se ha currado huevos a la parmentier versión berciana –los hizo a lo grande, en una especie de frutero–, salmón en papillote y más platos de los que no podemos dejar constancia gráfica porque se le estropeó el móvil. También ha reclamado el copyright de los montaditos de berenjena, receta original de su compañero de piso vegetariano en Berlín. Dicho queda.

Completa el pódium Ade Sánchez, que pese a no necesitar ninguna ayuda con los fogones como le gusta va probando. Descubrió sobre el terreno que en la Costa Brava también crece el fonoll marí. Le tira la cocina balear y también se ha animado con la coca de trempó. Para ella tengo otra receta de Ses Illes en la recámara.

* Sobradamente preparados: Con un rediseño de por medio y todo, Maldito Estómago ha hecho caso omiso de una de las normas de oro de la usabilidad, según los expertos: encabezar el blog con un tagline, una frase que resuma en menos de diez palabras de forma clara lo que se ofrece. Blog de cocina y gastronomía para aficionados, por ejemplo. En su lugar figura la cita de la Odisea que inspiró nuestro nombre: “Pues no hay cosa más inoportuna que el maldito estómago, que nos incita por fuerza a acordarnos de él”. Con un par.

Sin embargo, los lectores de Maldito Estómago no nos recriminan eso. Sí sugirieron que hiciéramos el favor de citar bien la Odisea –como la Biblia, con versículo y libro- y que ya puestos lo reprodujésemos en griego. “Lo haría encantada si supiera”, le contesté a Jaume Aguilar, filólogo clásico además de periodista. Me echó una mano, así que ahí va:

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Odisea, Canto VII, vv. 216-17

De momento, la cabecera de Maldito Estómago se quedará así, con la Odisea a medio citar, pero en próximas remodelaciones será una observación a tener en cuenta. La traducción literal sería: “Pues no hay nada más perro que el detestable estómago, que nos manda por fuerza hacer memoria de él”.

Perro (‘kunteron’) en referencia a la condición a la que queda reducido el ser humano tras el fraude de Prometeo. Antes de robar el fuego a los dioses condenó a la especie a tener que comer para vivir con un primer engaño que consistió en burlar a Zeus escondiendo en el estómago (‘gáster’) de un buey sacrificado todas sus partes comestibles y haciéndole elegir los huesos, recubiertos con apetitosa grasa. Espero haberlo explicado bien. Qué nivel, pardiez.

* Seis grados de separación. Como niña que se lo tragaba todo, me he convertido en una adulta que no cree en casi nada. Tampoco en los seis grados de separación, aquella teoría según la cual cualquier individuo está conectado con quien sea del planeta a través de vínculos con no más de cinco personas que conoce. Pero igual que la vida te quita la fe, la vida te la devuelve a veces y está bien reconocerlo. Esta es una de ellas.

En mi viaje por Japón, llegamos una noche por casualidad a una izakaya de Hiroshima. Era una taberna en un segundo piso sin nada de particular, apenas sitio para una barra y unos pocos clientes con ganas de gresca. Nos sentamos en un taburete y a la segunda cerveza empezamos a interactuar en precario inglés con la concurrencia, dos mujeres de mediana edad que viajaban por España en otoño, un abuelete borracho y un chico que acabó dándome medio pescado al vapor después de que yo elogiase su buena pinta. No tardó en unirse a la conversación el personal: con nosotros seis a última hora en el local tanto trabajo no tenían.

Le comenté al cocinero que me encantaba la comida japonesa y que tenía un blog en el que daba bastante la barrila. Me contestó que debía estar de moda, porque uno de sus colegas se había mudado a Barcelona para trabajar en un restaurante de teppan o plancha. “No será…” se me encendió la lucecita y le pedí el móvil para mostrárselo. Como estábamos en Japón me lo prestó a la primera.

Pude así enseñarle (yo no tenía Internet) la crítica del restaurante Rio, la primera que publicó Maldito Estómago. En ella aparece un japonés con moñito haciendo okonomiyakis muy concentrado. Era su amigo y se quedó impresionado de la fama que había conseguido en Barcelona. Hubiese debido aclararle que el Rio está cerca de mi casa, que soy una freaky de la cocina japonesa y de los restaurantes pequeños… Hubiese, pero pasé. Al cocinero del Rio: Hisanao Ohara (me dio su tarjeta) te manda recuerdos desde la taberna Nawanai de Hiroshima. El de la camisa azul marino de la foto.

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