Cabrera, el paraíso insoportable

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El paraíso no era un lugar soportable, opinó Emil Cioran y las gentes que habitaron Cabrera a lo largo de su historia. Con actividad humana desde antes de los romanos -no hay nada virgen en el Mediterráneo- fue objetivo pirata, fortaleza medieval, prisión para reos napoleónicos y puesto militar. Diversos intentos para repoblarla fracasaron: la aridez de la isla escupía a sus huéspedes, condenándola a un destino más o menos sórdido hasta la actualidad.

En 1991 Cabrera fue declarada Parque Natural. Ahora sus visitantes pueden sortear en embarcaciones de recreo los 18 islotes que forman el archipiélago, muchos con nombres relativos a sus formas (Na Foradada, Na Plana…) o a sus habitantes (Conejera, illa de ses Rates). Bucear en sus fecundas aguas. Admirar su salvaje belleza. Y volver a casa, tras pasar el día o entre una y siete noches, según la época del año. Sin tener que sufrirla por más tiempo.

Monolito en memoria a los soldados napoleónicos

Monolito en memoria a los franceses

Lo cual podía ser un terrible castigo. Como bien supieron los 9.000 franceses apresados durante la Guerra de la Independencia y confinados en Cabrera, muchos ya heridos o enfermos. En apenas 15 km cuadrados desfallecieron de sed, se mataron los unos a los otros y entretuvieron el hambre nadando para cazar en Conejera o atrapando lagartijas, que cambiaban por ratas. Llegaron en diferentes viajes entre 1809 y 1811: para cuando se firmó el Tratado de Paz (1814) y Francia los reclamó, sólo volvieron 3.600 hombres.

O aquel otro aviador alemán, Johannes Böckler, que en la Segunda Guerra Mundial fue a dar con sus huesos a la isla, que acabaron enterrados al lado de un campesino conocido como En Lluent. Cuando en los ochenta exhumaron el cuerpo para depositarlo en el cementerio militar alemán de Cuacos de Yuste, se equivocaron de muerto. Así que el fantasma del aviador vaga en pena por la isla. Quizás junto a aquellos monjes bizantinos que en su retiro espiritual se trastocaron de tal modo que, en el año 603, obligaron al Papa Gregorio Magno a intervenir.

Necrópolis de los monjes bizantinos

Necrópolis de los monjes bizantinos

Lúgubres historias que sorprenden al turista, si llega a conocerlas, que acude a Cabrera de abril a octubre, casi siempre en bañador o atraído por el genuino ecosistema. Las aguas son transparentes como un cristal, bajo el que nadan hasta 200 especies de peces, sobre el que se deslizan las barcas. Esa nitidez con la que se ve el fondo marino se debe a la falta de contaminación, sí, pero también a las escasas lluvias, que libran al mar de sedimentos. Con un poco de suerte avistará algún delfín por el camino, a buen seguro una una águila pescadora planeando sobre las aguas.

Pero en los días más sombríos, cuando los vientos de levante hacen innavegables las 10 millas que separan Cabrera de la Colònia de Sant Jordi y su silueta tan sólo se adivina tras la bruma, el pasado fantasmal de Cabrera todavía estremece.

P.S.1. Quién quiera abundar en las historias tétricas de Cabrera, haría bien en leerse Cabrera Mágica, de Carlos Garrido. Por lo visto el periodista monta visitas guiadas por la isla, en las que se ponen en escena. La próxima es en septiembre.

P.S.2. Quién prefiera la más usual excursión de paseo y chapuzón, tiene varias opciones. La mejor es en barco particular, aunque para fondear en la isla hay que pedir permiso. El resto puede recurrir a visitas organizadas para grupos (cuestan unos 30 euros): llegarán igual pero con menos glamour, como siempre con la plebe. Mejor elegir una lancha pequeña y asegurarse de que a la vuelta se detiene en la Cueva Azul, para bucear un rato entre los peces. También existe un albergue para pernoctar en la isla.

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