Viajar a Formentera en octubre

“Formentera tiene 17 kilómetros de largo. El kilómetro cero es el puerto, al que se llega desde Ibiza en la Joven Dolores, antes, o en la Tanit y sus hermanas ahora. Cerca del puerto hay zonas turísticas, más adentro la capital, San Francisco, con un gran saliente desértico a la derecha, el cabo de Barbería. Siguiendo la playa principal se forma un istmo, un paso estrecho, con playas y calas a lado y lado. Luego la carretera sube y sube hasta llegar a la gran meseta final, La Mola, tierra de promisión y de reclusión de hippies y freaks. El único núcleo importante de población de La Mola es el Pilar, unas cuantas casas al lado de la carretera: tres bares que a la vez son colmado y correos, la iglesia y se acabó. Al final de la carretera, los acantilados y el faro”.

Nosotros los Malditos
Pau Malvido

Vista desde el mirador en el kilómetro 14.3 de la carretera de La MolaUna isla que cabe en ocho líneas sin escatimar detalles: esa era Formentera en los setenta. Su geografía no ha cambiado, pero sí todo lo demás. Un millón de turistas desembarcan al año en ferrys que zarpan cada media hora desde Ibiza en temporada alta. Antes de divisarla lo primero que deslumbra es el blanco de los yates en hilera. La población, de 11.500 habitantes, se cuadruplica en verano. Y sin embargo, se mantiene como la más genuina de las Baleares. La primera línea de mar permanece despejada de cemento. El verde de los pinos predomina en el paisaje. La arena reboza a la caribeña manera y las aguas, magníficas, crean la ilusión de darse un baño de cristal.

Pero la marea humana que cada verano se apodera de la isla agobia no sólo al personal, sino también al ecosistema. Hasta el punto que se está planteando limitar la entrada de turistas, con alguna tasa que grave a los vehículos a motor. En Formentera escasea el agua potable y los pozos están salinizados, como a veces se comprueba al abrir el grifo. La red eléctrica se pone a prueba con la llegada del buen tiempo. Y las embarcaciones desgarran los fondos marinos, donde resiste la posidonia.

Al visitante, por la parte que le toca, cada vez le cuesta más disfrutar de la ficción de haber descubierto el paraíso. Allá donde se aventure aparece un italiano, vociferando sobre su Lambretta. A la Lucía de Medem, diez años después, al embarrarse en Espalmador hasta le propondrían una orgía. Hay accidentes de tráfico, naufragios. En suma, cosas feas.

faro

Y sin embargo, allí sigue la belleza que todo el mundo manosea. Para admirarla no ya en exclusiva, pero sí en una razonable soledad, existen dos opciones. La clásica: pagar más, como si la isla fuera de por sí barata. Porque no es lo mismo batallar por cada centímetro de arena que contemplar Formentera desde la cubierta de un velero, no digamos un yate. Al fin y al cabo siempre ha consistido en eso, la riqueza. En echar magnánimas miradas al tendido desde tu confortable punto de vista y concluir que nada va tan mal. De vicio se está y de vicio se quejan.

La segunda, más accesible, es dejarse caer en Formentera fuera de temporada. Sin exagerar, porque el año pasado sólo tres hoteles estaban abiertos a partir de noviembre. La isla se queda desierta como la ciudad de vacaciones en la que se ha convertido. Septiembre aún está caro y concurrido, así que octubre se presenta como el nuevo agosto.

Por supuesto, te la juegas. Quizás llueva, quizás el agua no te parezca un spa. A cambio, sobrecoge la naturaleza salvaje de la isla. Las opciones de ocio van en aumento, en parte gracias a la campaña Formentera en Octubre del Consell Insular, que por lo visto no se resigna a tanta esterilidad en el mes de la cosecha. Senderismo, rutas en bici y ofertas gastronómicas son algunas de las propuestas. Yo fui por libre. Eché de menos a las lagartijas, que no se animaban a salir de casa, y a aquella luz blanca que no hay negativo que resista. Por lo demás no estuvo nada mal, como os iré contando en posts sucesivos.

P.D. Pau Maragall (1948-1994), alias Pau Malvido, fue cronista, poeta y además hermano de Pasqual Maragall. Falleció por sobredosis. El libro Nosotros los malditos (Anagrama) recopila los artículos sobre el movimiento hippie y la contracultura en Barcelona que publicó en la revista Star en los setenta. Con un capítulo dedicado a Formentera, es un valioso documento de la época, que también refleja el documental Morir de día para los interesados en el tema.

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