Salmorejo de fresas

Una cabra sobrevive al verano andaluz

Una cabra sobrevive al verano andaluz

Agosto 2007, Sevilla. Hacía un calor que se te evaporaban todas las buenas ideas, mientras que las malas rebullían hasta hacerte saltar la tapa de los sesos. Hacía un calor que los helados se derretían nada más desenfundarlos y si te descuidabas te pringabas los pies antes de darles el primer lametazo. Hacía un calor que hasta a las cabras se les notaba el efecto sauna y tenían tipín y un brillo de picardía en los ojos. Hacía un calor, en dos palabras, im-prezionante.

 Al cabo de tres días de ruta por Andalucía, yo ya había entendido que insistir en salir de casa antes de las seis de la tarde no son ganas de hacer turismo sino de que te pille una insolación. Sin embargo el insomnio me acecha después de comer así que, incapaz de dormir la siesta, consumía los mediodías tirada en la cama en apasionada lectura de Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver.

Lo cual no recomiendo a nadie para aplacar la desazón, por cierto. Próspera profesional liberal se decide a parir al borde de los cuarenta y engendra a un psicópata que encima se le da un aire y ella no entiende, y yo a estas alturas tampoco, si es porque la maldad existe y a ella le ha tocado amamantar a su última reencarnación o por proyección psicológica de una madre que en el fondo nunca quiso a ese bebé, tanto más retorcido según crece.

La historia les sonará, la protagonizó Tilda Swinton cuando se llevó al cine. Esa perturbadora mujer que lo mismo hace de bruja, que de pija, que de Orlando, tiene un árbol genealógico que ni la familia real y estudió con Lady Di, para más inri. Una amiga mía, embarazada de cinco meses, quiso ir a ver Tenemos que hablar de Kevin y por suerte la disuadí: nunca me lo agradecerá lo suficiente.

El caso es que aquel verano no sólo descubrí a Lionel Shriver, sino también el salmorejo. Así me consolaba yo de la vileza y el bochorno del mundo, hundiendo taquitos de jamón y huevo duro en la sopa fría. Las recuerdo como unas grandes vacaciones.

Siete años después, yo he recuperado el tiempo perdido con el salmorejo. Lionel Shriver sigue a vueltas con la familia: en su última novela, Big Brother, arremete contra el amor fraterno con la historia de un obeso que se apalanca en casa de su hermana y acapara todo el espacio vital para sí mismo. Aún no me he atrevido a leerla. Y Tilda Swinton alimenta su mito de ser sobrenatural declarando en la promoción de su nueva película, en la que aparece de vampiro, que siente como si hubiera vivido varios siglos.

Hay que ver como pasa el tiempo. Sólo el salmorejo, con fresas o sin ellas, permanece.

salmorejo

Ingredientes

- 500 gramos de tomates

- 250 gramos de fresas o fresones

- Una rebanada de pan (sin corteza)

- Un diente de ajo

- Vinagre de manzana

- Aceite de oliva virgen

- Taquitos de jamón

- Sal

- Pimienta

 Preparación

1. Poner la rebanada de pan en un bol con agua a remojar

2. Pelar los tomates y trocearlos. Trocear también las fresas en cuartos

3. Poner en el vaso de la batidora el tomate, las fresas, el diente de ajo pelado, el pan, un chorro de aceite de oliva y un chorrito de vinagre

4. Probar y salpimentar al gusto

5. Dejar enfriando en la nevera

6. Servir bien frío. Se puede acompañar de taquitos de jamón y (opcional) trocitos de fresa

Consejos prácticos

* No hace falta pelar los tomates si se trituran bien. Yo suelo hacerlo, porque una de mis pocas manías culinarias es que me molestan las pielecitas

* Este salmorejo en principio lleva una proporción del doble de tomate que de fresas. Por supuesto, puede variar al gusto del consumidor.

* Para aliñar, lo mismo. Allá vosotros

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