El nacionalcomidismo contra Jamie Oliver

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Jamie Oliver se atreve con todo, como decíamos ayer: desde colonizar Londres con sus restaurantes hasta lograr que los ingleses coman bien. Pero la confianza en uno mismo no siempre es una virtud, por mucho que digan los manuales de autoayuda. Esta semana al cocinero le ha dado por reinventar la paella. En su versión lleva muslos de pollo, chorizo, guisantes y gambas “congeladas y peladas, de fuentes sostenibles”. Twitter no tardó en arder, en una polémica que ha llegado hasta a The Guardian, que se congratulaba de que el cocinero “haya unido a la nación” con su receta tras diez meses de bloqueo político en España.

Con el #WTF como hashtag más usado para comentar el asunto –por what the fuck?, ¿qué diablos?– la paella de Oliver ha sido comparada con el ecce homo de Borja y ha dado lugar a serios avisos: “Quita el chorizo. No negociamos con terroristas. Primera advertencia”. Al final el chef británico ha echado la culpa a una abuela española sin identificar quien, según ha asegurado un portavoz, le habría aconsejado en un viaje echarle spanish sausage al arroz sin añadir que ni se le ocurriese llamar paella al invento. “Jamie se inspira normalmente en platos típicos y ama la paella”, le excusó el portavoz. “Le gusta introducir un toque distintivo en sus recetas y lo hizo con amor y respeto”.

Un nuevo episodio de nacionalcomidismo que ha dejado el #paellagate de Love of Lesbian en un asunto doméstico: la que se lió con el anuncio de Estrella Damm en 2013 por ponerle cebolla  y mezclar el marisco con la carne parece sobredimensionado a la luz de los últimos acontecimientos.

Hay que remontarse a la trifulca entre italianos y franceses a cuenta de la carbonara para encontrarse con un conflicto semejante entre países. Aquel vídeo publicado por la web Demotivateur en su canal de YouTube, que aventuraba una receta de farfalle a la carbonara con cebolla, creme frâiche, una yema de huevo y perejil al gusto. Patrocinado por Barilla, para mayor agravio.

El propio Oliver ya tuvo otra mala experiencia con el arroz, jollof en este caso, una especialidad de muchos países del oeste de África. Innovaciones de las suyas como añadirle tomates en rama, perejil y rodajas de limón no fueron bien acogidas por sus consumidores habituales. “¡Nuestros platos no serán colonizados!”, le replicaron entonces. Tal vez debió tomar nota.

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